Hay personas a las que les encanta construir cosas. No te voy a engañar, a mí también me gusta, pero lo que de verdad me fascina es el verbo opuesto, deconstruir, entendiendo por ello el hecho de deshacer analíticamente los elementos que constituyen una estructura, pero no con el fin de destruirlo sino con el de comprenderlo o ver de qué está hecho.
Qué fácil es hacer complejo lo simple y qué difícil es simplificar la complejidad
Foto de Vadim Sherbakov
Deconstruir es hacer fácil lo complejo a los ojos de los demás, es simplificar lo que a ti te ha costado cientos de horas de estudio para que otros lo entiendan en un segundo, o como decía Albert Einstein, no entiendes realmente algo hasta que no eres capaz de explicárselo a tu abuela. Es obtener ese 20% de la Ley de Pareto, que te ofrece el 80% de cada aprendizaje.
Pero deconstruir no es tarea sencilla, requiere desmenuzar cada uno de los engranajes de forma que se haga evidente y que otros entiendan lo que a ti te llevó una eternidad. Precisa de un dominio avanzado del problema a resolver, una capacidad de ver el cuadro en su conjunto y habilidades para enlazar los puntos que conectan el dibujo.
Lo que realmente me atrae de este verbo, es que está grabado a fuego en la mentalidad hacker, porque cuando deconstruyes algo y lo liberas a los ojos del mundo, estás adoptando la máxima de ‘ningún problema debería resolverse nunca dos veces‘, removiendo barreras para que otros avancen más deprisa, lo que a su vez revertirá en que tú también lo hagas de forma indirecta.
No lo voy a negar, yo de mayor quiero ser deconstructor.
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